Para saber cómo vivimos nuestra masculinidad y, por fin, ser el hombre que siempre hemos querido ser, pero no podíamos
El hombre es a partir de máscaras. De vivir con ellas para demostrar que se es hombre y no mujer. Pero todo tiene un final. Ahora la lucha ya no se trata de mantener la máscara, sino de quitársela voluntariamente y luchar sin ella. De ser uno mismo. Bien lo sabe Octavio Salazar, autor de este ensayo-manual que no ataca, sino orienta. Eso es lo primero que busca, que te identifiques en los tejidos de esa máscara que te fabricó la cultura, para ignorar lo que sentías tú y la otra mitad del mundo, las mujeres.
Hay diez tipos de hombres, dice, y todos con un denominador común: el grado de machismo que proyectamos. Según Octavio Salazar, este se detecta desde cuatro grupos de masculinidades. En el más añejo, están los trols de Twitter y Facebook (y no sólo hombres). Esos que se unen para desacreditar casi todo lo referente a las mujeres. No importa si las violentan o las matan sólo por existir (googlear “feminicidio”. En México, fueron 872 en 2018). El contraargumento es “los hombres también sufren”. Ajá, igual nosotros tenemos miedo de salir a la calle, a la hora que sea. Pero aquí también habita cualquier homofóbico, sea Esteban Arce, Vicente Fernández, o cualquier famoso ultracatólico. Como un Jordan Peterson.
En el siguiente nivel de masculinidad, no interesan estos temas, pero sí llegar a la casa y esperar que la mujer sirva la comida. O cualquier privilegio para gozar sólo por ser hombre. Un nivel después, hay una mente abierta que acepta nuevas masculinidades y reflexiona sobre otras paternidades, pero sin compromiso ideológico qué perseguir. En el nivel más avanzado, están los hombres que ya revisaron críticamente su identidad en lo privado y lo público, para luchar por la igualdad de género, desde colectivos y organizaciones.
El autor subraya que estos cuatro grupos tienen fronteras movedizas, se puede ir de uno a otro. Si no te ofendió Gillette con su anuncio (en serio, ¿quién reduce y ve reflejada su vida en un video publicitario?), coincidirás en que el ideal es llegar al cuarto nivel. Y también el más complejo. Primero, uno debe ver que es machista. Ya ahí, aceptar que no siempre tenemos la razón, ni menos debemos guardar lo que sentimos, para después estallar. En la transición, mantenerse alerta para no repetir estas y otras prácticas que dañan, a uno mismo y a terceros. No es sencillo, pero sí posible.
La idea de amor que predomina socialmente, bebe del machismo. No importa si eres hombre o mujer, los dos creen necesitar a alguien para completar su existencia, porque le temen a la soledad, que al final es la propia persona si no la ve como algo “ajeno”. Esto lo advierte magistralmente Octavio Salazar, al decir que si queremos ser “hombres nuevos” y “mujeres nuevas”, hay que desechar el amor que la cultura pop nos vendió y se instaló en nuestra mente.
Tenemos que aprender que el amor de verdad supone una liberación, no una atadura, que no somos seres incompletos que necesitamos de otro o de otra para hacer plena nuestra personalidad; que, si alguien nos quiere bien, no nos debe hacer llorar, y también que el amor, como la vida misma, tiene su principio y su final.
Pero si no le temo a la soledad, ¿por qué cambiar? Porque todos tenemos dentro un Donald Trump. Suena fuerte y quizá exagerado, pero no al ver que respondemos, de una u otra manera, lo que él es. El especialista español lo define como "el sujeto depredador, competitivo, ambicioso, individualista, encantado de haberse conocido, necesitado de demostrar su hombría exitosa ante sí mismo y ante sus pares, conquistador en lo económico y en lo sexual”.
Si ya sabemos qué no ser, surge qué ser. Octavio Salazar, también columnista de la ahora didáctica e innovadora GQ España, enlista en diez puntos la propuesta para una "nueva subjetividad masculina". Cuestionar privilegios para abrazar tareas domésticas. Aceptar nuestra vulnerabilidad, ya no monopolizar el poder e impulsar a las mujeres creadoras como referentes de la cultura, son sólo algunos ejemplos que acercan al feminismo. Ese supuesto monstruo que siempre se busca desprestigiar, reduciéndolo a una de sus varias corrientes. El plato está servido y qué mejor saber que fue cocinado por uno mismo. No para gozarlo a costa de las mujeres, sino para compartirlo con ellas y ellos en la misma mesa.