El crítico de cine David Gilmour amaba tanto a su hijo, que rompió las barreras entre cine y educación formal
Cineclub es una guía cinéfila para principiantes, pero también un libro con una historia sensible y desafiante. Lo leí cuando dejé la escuela y me planteé una educación propia, según lo que me gustaba hacer. Pero también lo leí con el deseo de acercarme al cine. De ver películas por elección personal, como un hobbie más. Aunque disfruté varios filmes sugeridos, no me acerqué al cine (hasta años después que vi Donnie Darko y descubrí las posibilidades del medio). Pero no me importó, si enfrente tenía a dos personas reales que admiré profundamente.
David Gilmour plantea la obra a partir de lo profesional y lo íntimo. El objetivo era ver tres películas a la semana, desde obras clásicas, como Los 400 golpes y Ciudadano Kane, a los bodrios de culto, como Showgirls. Y así lleva el ritmo de la narración, mientras las explica con sencillez, contexto y hasta la intención de los cineastas, para llevarlo hacia temas prácticos. A pensar cómo una obra artística se relaciona con la vida de Jesse, su hijo, y cómo se siente tras ver la película. Para debatir sobre lo que significa la identidad, el trabajo, las drogas, el amor, la amistad. Quizá también como pretexto. Lo que en verdad quería el crítico de cine era pasar más tiempo con su hijo, verlo crecer y sobretodo, darle amor. No sólo apoyarlo en sus decisiones, sino sentir la vulnerabilidad de su hijo como propia.
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David Gilmour y su hijo, Jesse. |
Ese es el punto para mostrar cómo el amor puro transforma. Y con amor puro me refiero a lo que disfrutas hacer profesionalmente, si lo practicas con humanidad. De saber que si encierras tus intereses sólo para ti, pierden su verdadero valor, de compartirlos y hacer que el otro los disfrute tanto como tú. Eso es la educación, pero también es aceptar que puedes fallar en el cometido y que debes comprender al otro, que no hay culpables, sino momentos. Aunque Gilmour tiene formación en literatura y pedagogía, si los padres tuvieran la mitad de esa consideración, vaya que el mundo sería distinto en sus relaciones.
David Gilmour puede ser un hombre sentimental, para mí un gran padre, pero eso es irrelevante porque conmueve y lleva al lector hacia donde quiere. Como profesional, desafía el trono de la crítica cinematográfica de excluir lo que siente el espectador. No ignora el mensaje de las películas, pero el discurso de éstas son la excusa para llevarlo hacia lo personal. Y así aprovechar el arte como una causa para explorar por qué una persona vive cierta sensación.
Del cineclub, desgraciadamente no vi todas las películas, pero seis de ellas me gustaron mucho (
El último tango en Paris, Lolita, Duel, Harry El Sucio, Pulp Fiction y
Manhattan). Puedo asegurar que se puede aprender mucho de ellas, si se traslada su discurso a la vida cotidiana. Esa sería la principal enseñanza del libro, y así hacer a un lado las vías engañosas para ver el arte. De menospreciarlo con comentarios superficiales, o valorarlo en conceptos incomprensibles para la gente. La historia de
Cineclub dice eso, que el cine (o cualquier narrativa), puede ser una ruta para entender y vivir la realidad, en compañía de los seres que suman nuestra existencia.