Tal vez sería ya un cliché decir que las personas delimitamos nuestras vidas por el pasado y el futuro, nunca el presente, siempre queremos más y nunca recaemos en el instante. Pese a ser algo reconocible, es algo que continuamos y el lugar desde donde trazamos nuestra vida.
La aportación de Watts radica en demostrar que el futuro no se puede tocar, ni oler, ni saborear. Sin embargo, lo vemos como si fuera un presente que, si no ocurre recordaremos como un triste pasado, cuando nunca fue un hecho que gozara de certeza. Pero si pasa, tampoco nada asegura que se vaya a disfrutar, pues si en su momento no se admiraba lo que se tenía, seguramente habrá otra cosa que reemplace eso que se buscaba antes y se ha conseguido.
"El futuro de bienestar inmediato tiene la desventaja de que cuando llegue ese mañana, es difícil disfrutarlo plenamente sin alguna promesa de que habrá más. Si la felicidad siempre depende de algo que esperamos en el futuro, estamos persiguiendo una quimera que siempre nos esquiva, hasta que el futuro, y nosotros mismos, se desvanece en el abismo de la muerte".
Hay un bombardeo de imágenes. Desde las narrativas audiovisuales y sus mismos protagonistas. Actores, cineastas, músicos, escritores que llegan hasta las personas comunes. Todo para anteponer, a como dé lugar, la búsqueda de la felicidad. Eso, como máximo propósito en la vida. Si no se es feliz, lo que quiera que signifique parece, se ha fracasado, como si se fuera consciente del placer y se intentara evitar, tal cual pasa con el dolor.
Alan Watts postula que la inseguridad es la causa de buscar seguridad, de vivir por y para el placer, de alejar toda insinuación de lo que nos hará sentir mal. "El dolor siempre nos acompaña", subraya. En algún momento de la historia de la humanidad, se instaló la idea de que los seres humanos debíamos ser felices, pero no con lo que tenemos, sino con lo que carecemos y la inclusión sólo de lo que nos agrada.
"Nuestra vida se caracteriza por la contradicción y el conflicto, porque la conciencia debe abarcar tanto el placer como el dolor, y esforzarse por conseguir el placer excluyendo el dolor es, en efecto, esforzarse por la pérdida de conciencia".
Esa división tan marcada que ocupamos en nuestro día a día, sólo consiguen separar las situaciones en "bueno-agradable" o "malo-desagradable", así como abrir la puerta hacia las personas que invitamos a entrar sólo si confirman lo que pensamos, de lo contrario, las hacemos a un lado o desacreditamos.
Éstas maneras de complicar la vida en dos partes, la multiplican en diferentes escenarios imaginarios y nunca vivenciales, cuando son uno mismo, radican en el presente y no tienen por qué alejarse ni evitarse. Pese a la conciencia, muchos no llevamos el mismo chip incrustado en nuestro cerebro, que tanta ayuda le haría a lo que parece más la creación de un guionista y es más bien el mundo real basado en conflictos creados por la mente.