Los cuentos de Etgar Keret se transforman en cómics, con buenos dibujantes mexicanos y otros no tanto
Este volumen de historias plantea dos cosas: cómo sería ver en imágenes trazadas los cuentos de Etgar Keret y cuál es el estado de la narrativa gráfica mexicana, de la que se dice apenas inicia su camino.
Para empezar,
los relatos de Keret son una rara y estimulante combinación de ingenio, humor, ternura, alegría y tristeza. Esta ruleta de sensaciones es compleja de pensar sin colores, menos sin una serie de escenas determinantes. El cuentista israelí pone el plato sobre la mesa para quien desee imaginar sus historias, al abrir sus recursos a un mundo de posibilidades.
Así, me es casi imposible pensar dibujos con colores apagados, diseños simples o hasta burdos. Lo que cuenta Keret está lleno de claroscuros, a veces más brillantes que otros, pero nunca de grises. La vida que nos retrata no es así, incluso tampoco la realidad se aleja de estas ficciones.
No termino por simpatizar o entender adaptaciones/creaciones como Extrañando a Kissinger, de Alejandra Espino; Las personas huecas, de Jimena Sánchez, aunque carecen de color, rescato sus viñetas y Romper el cerdito, de Adrián Pérez Acosta, con dibujos que difícilmente relacionaría con la obra del cuentista israelí.
Nada de esto le llega a los talones a lo hecho por Jis y Trino, humoristas y dibujantes mexicanos que juntos o separados, en vivo o no, consiguen una conexión entre sí con chistes y viñetas únicas. Pero aquí, se me hizo lamentable y extraño que se antepusieran ellos porque al final, ¿quién es Etgar Keret?
El gordito, adaptación que realizan, es el ejemplo de cómo destrozar una historia de Keret a través de la vulgaridad y el mal gusto. Es como si dieran a entender "Mi estilo es mejor que cualquier creación tuya", o en todo caso "Mi nombre", porque al menos he visto dibujos de los dos y son agradables, pero nada qué ver con esto.
Entre las historias que sin tener deficiencias, pero sí algunos detalles a considerar que no creo estén entre las más destacadas, se encuentran De repente un toquido en la puerta. Lleva colores vivos y una diversidad en el acomodo de las viñetas, pero posee cierta simplicidad en sus dibujos. Así como La novia de Korbi, de Dono Sánchez Almara y Mundos paralelos, de Patricio Betteo, más por un estilo de dibujo propio de los artistas que dialoga muy poco con la obra de Etgar Keret.
Del otro lado, destaco
Gotas, de Juanele, quien me sorprendió gratamente. Antes había leído una serie de cómics de humor,
Patote, creo se llamaba, muy ocurrentes pero sin dibujos y un diseño que fluye en favor de la historia como sucede aquí. También resalto
Rabin ha muerto, de Augusto Mora y
Listo para disparar, de Yorko F. Muñoz por acercar a atmósferas israelís, o al menos de Medio Oriente. Igual incluyo
La botella, de Bef, una historia muda y vanguardista en el mejor estilo
de su novela gráfica experimental "Espiral";
Pez dorado, de Ricardo García "Micro", por sus dibujos simpáticos que le dan a la historia una identidad propia, así como
El coctel del infierno, de Richard Zela.
Todas estas historias me parecen dignas de mencionar. Desde su estilo artístico, le añaden algo personal a la creación de Keret y, sin dejar de lado al cuentista, navegan en consonancia con ello. Como compilador de la antología, dice Bef en la introducción al libro que les dieron las historias a los dibujantes para hacer lo que quisieran con ellas. Entiendo esto como cierta libertad y, a su vez, quiero creer que si ellos no conocían a Keret, lo habrían leído más allá de la historia que les encargaron hacer, ya no por profesionalismo, sino por la misma curiosidad que imprimen sus situaciones para leer algo más.
La adaptación puede ser una oportunidad para conversar con una obra, al darle algo propio a algo externo. El camino de modificar algo de cero para hacerlo propio y dialogar con uno mismo, creo que le resta todo el sentido. Desde ahí, en las adaptaciones siempre habrá una línea característica a partir de la obra original. En este caso, no quiero pensar que sólo el guion fue visto como tal. Esto es una visión personal que, seguramente, difiere mucho de cómo se concibió esta antología.
Con Keret en su tinta se demuestra una cosa. Hay talento de dibujantes gráficos mexicanos para, con adaptación o no, crear historias poderosas que atraigan. Desde su estilo, con los propios dibujos, así como su imaginación para dividir las viñetas y secuencias. Como valoración general, la obra resulta inconstante. Pero eso no significa que se deba desechar por completo. Hay artistas destacados por los cuales apostar y así, por fin, impulsar la creación de obras propias para el público mexicano que, hace muchos años, consumía y producía historietas para toda América Latina.