Desde la muerte, el documental de Enrique Metinides reflexiona para qué sirve la fotografía y cuánto hay de azar en la vida
Le encantaba ver accidentes. Y se adentró al mundo de los choques con muertes, producidos en la Ciudad de México. De eso va
El hombre que vio demasiado, el documental del fotógrafo mexicano Enrique Metinides. Antes de pensar en el sadismo (que no es la peli
Nightcrawler con Jake Gyllenhaal, aunque seguro el cineasta Dan Gilroy se inspiró, porque aparece en este filme), hay una historia ligada a la curiosidad por saber cómo ocurren estos sucesos en la vida real. Contrario a cuando visualizamos la profesión a la que nos dedicaremos, desde una imagen y no un hecho real. Porque Metinides nunca quiso ser fotógrafo de nota roja. Disfrutaba ir al cine para ver escenas de choques, y después quiso tener esas imágenes en sus manos, así que empezó a crearlas.
Dirigido por la británica Trisha Ziff, el valor del documental radica en mostrarnos, Como-Debe-Ser-o sea-con-Algo-de-Morbo, al icono del fotoperiodismo mexicano. Al de la creación a partir de su obra, pero también a la persona. Sí, es humano, o quizá no. Porque lejos de toda vanidad y consciencia, no reconoce lo que representa un legado creado desde una perspectiva original, en un estilo fotográfico donde todo es repetitivo y hasta burdo. O quizá sí es consciente y por eso aprecia sus espectaculares fotografías, en cientos de álbumes que colecciona.
La cinta parece insistir en que el fotógrafo de muertes no es más que un gustoso y obsesivo que va detrás de esas imágenes. Lo acompaña la sencillez y un inconsciente pero gran sentido del humor que, incluso, lo acercarían a algún tipo de autismo. Pero nada más lejos, ya que detrás del maníaco, está el sensible que apoyaba, en cuanto podía, a la personas afectadas de los accidentes. Y así, con tantas muertes y catástrofes que inundaron sus ojos, es también un hombre atormentado.
Como retrato de quien vio demasiado, es pretexto para adentrarse al escenario de los accidentes y homicidios en la capital mexicana. Porque cada noche hay muertes que alimentarán horas después los periódicos nacionales, que de eso viven (vaya ironía). Y aquí vuelven las fotografías del gran Metinides, no sólo por elevar el género con su calidad, sino por regresar en tiempo y lugar hacia los hechos. El fotógrafo cuenta cómo pudo ser, además de qué sentía al verlas. Para así llegar al azar de la muerte, ese que podemos vivir todos cada día, pero que no recordamos. Creemos y queremos no sea así, pero como bien señala Dan Gilroy en su aparición, muchos productos culturales están hechos para eso, para olvidar que vamos y podemos morir hoy.
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Al chocar su automóvil en el puente de Circuito rumbo al Toreo, a la altura de Mariano Escobedo, un hombre pierde la vida, su hermana, ilesa tras el accidente, llora junto al cuerpo, a un lado del automóvil, 1973. |
La obra de Enrique Metinides se exhibe y estudia en los Estados Unidos. Detrás, emergen especialistas: inquietos, entusiasmados y que, con cada nueva idea, creen entender lo que buscaba el fotógrafo mexicano al capturar hechos insólitos con su lente. Muy lejos de la curiosidad infantil y la sensibilidad para abordar éstos accidentes que, quizá irracionalmente, disfrutaba ver desde niño. Pero ahora, emerge el testimonio no sólo de quien vio demasiado, sino de quien también sabe de lo que habla. De vivir la muerte, y poder contarlo. De platicarla con aparente sencillez y frialdad, para aproximar lo que siempre ha estado ahí y no queremos ver cada día. Como si viviéramos desde las causas, y no la casualidad de un instante.