Una película sobre la marginación de los sistemas de salud en Gran Bretaña. "I, Daniel Blake", de Ken Loach.
COLUMNA SEMANAL
El show y el placer
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Por Miguel Jiménez Álvarez / @MiguelJimenez14
La desesperación que pueda generar I, Daniel Blake (2016), película británica dirigida por Ken Loach, lleva hasta el hartazgo, el coraje y la tristeza.
Y es que el guionista Paul Laverty muestra una historia inventada que supera la ficción y se traslada a la realidad, en un escenario reconocible donde todos nos hemos enfrentado, como es hacer un trámite a través de documentos.
Los trabajadores sociales de I, Daniel Blake son perfectos robots con un discurso tan estudiado que difícilmente alguien puede rebatir, como el mismo Daniel Blake, un carpintero de 59 años que, tras un infarto, los médicos le impiden trabajar, por lo que pide ayuda a los servicios sociales, quienes le indican que está en condiciones para trabajar, ya que el profesional de salud (no, médico, no doctor) así lo considera.
Como el anterior argumento, la película presenta un par más, tan repetitivos como hartantes, desde la situación hasta lo personajes nefastos que representan los trabajadores sociales, quienes parecen odiar estar ahí y a los solicitantes que van, reflejando lo máquinas que son y la fortaleza de un sistema que no será derribado por nada ni nadie.
Así, se manifiesta la impotencia de no poder ir con ninguna persona para resolver un máldito trámite, porque eso altera el sistema o bien, te condena (aún más) a través de la policía.
La película británica habla del otorgamiento de programas sociales a los ciudadanos que lo necesitan, pero lo menos que parece es eso, porque da la sensación de que el objetivo es no apoyar económicamente a quien lo requiere.
Y entonces el primer culpable es el gobierno, por plantear un sistema inútil y burocrático que no está para la ciudadanía. La discusión debería enfocarse en Inglaterra, país de primer mundo donde se creería no suceden cosas semejantes.
Personajes británicos, como el exministro de Trabajo y Pensiones Iain Duncan Smith-, han salido a decir que la película exagera en mostrar una realidad que no corresponde. Ex trabajador público, conservador y de clase alta, es evidente que no saldría a decir otra cosa.
Lo cierto es que si no fuera por una película como la que ha hecho Ken Loach, todos los medios -mexicanos o no-, entre periódicos, revistas y programas de televisión seguirían hablando de, por ejemplo, la masacre que significa Venezuela -que, cosa aparte posee las mismas deficiencias que cualquier otro sistema económico. Claro que con una notoria cobertura negativa, sin equipararse a esta visión de Europa, la de pobreza y marginación.
Pero I, Daniel Blake no sólo pone a discutir temas políticos y sociales. Nunca los deja fuera pero es tan humana que retrata la soledad de quienes están ahí porque no tienen de otra, porque el sistema los ha llevado hasta al lugar donde sobrevive al que le sobra un poco de dinero. Es justo la relación que crea Daniel Blake con una madre soltera y sus dos hijos, de quienes se saben solos y comparten ese sentimiento, quienes crean una lucha a través de la empatía contra un sistema que en realidad nunca los quiso ayudar, sino desgraciarlos cada minuto que vivieran y así acabar con ellos en un complicado trámite que realizar, con toda la rabia y el lamento de lo que pudo ser diferente.
Breves que sólo son show
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