Reseña de la segunda temporada de Love, que ahora se pregunta si lo que nos gusta del amor es la persona o la sensación
Recordemos cómo quedó
Love. Su primera temporada
dejaba intrigado al espectador por el evidente inicio de una relación entre los protagonistas, Gus y Mickie. Esta continuación no pudo ser más cruel al mostrar el inicio, desarrollo y reencuentro de una relación amorosa que no debería de seguir. Quizá nunca debió de iniciar. Pero obvio, todas las situaciones para reflexionar e identificarse, pues no existirían. A estas alturas, la serie romántica de Netflix sólo tiene un propósito: mantener a su público como si fuera el propio protagonista de la historia.
Eso no significa que ver la segunda temporada sea sinónimo de quedarse ido frente a la pantalla, con una consecuente complacencia que no invita a cuestionar lo visto. La propuesta de cada uno de sus capítulos no se aleja de las observaciones más meditadas sobre las relaciones amorosas.
Por ejemplo, ¿qué nos gusta del amor? ¿La persona o la sensación? Porque hombres y mujeres actuamos muy diferente, por educación o personalidad, a lo que la otra persona busca o espera. Por más que se desarrolle un cariño, es casi la tendencia de las relaciones sociales, pero también de las amorosas. Ahora, si se piensa en pasar tiempo con esa persona, o salir a algún lugar en compañía de ella, el significado cambia, asociada a hacer algo, pero no al ser.Ahí no vemos a la persona, sino
una idea de la persona. Entre estos polos se mueven los protagonistas Gus (Paul Rust) y Mickie (Gillian Jacobs).
Claro que la segunda temporada de
Love proyecta momentos de encanto en la mayoría de sus capítulos, con escenas inolvidables. Y no olvida su aportación principal, la verosimilitud. Cuando vemos a Gus y Mickie contentos por lo que sucede, también vemos a unos personajes que no dan crédito y se preguntan en qué instante todo se vendrá abajo. Que las cosas vayan estupendo es raro, ¿no? Si algo nos define a los seres humanos es
el temor y, por supuesto, no podía faltar en una relación amorosa.
Es ahí cuando
Love, que mostraba un mundo de maravillas, exhibe esos temores y prejuicios de los que estamos hechos: la necesidad por agradar a los demás; el echar culpas a quien se pueda de los problemas propios; la indiferencia y el excesivo interés hacia una persona. Todo a través de una detestable, pero impecable transformación de sus protagonistas, además de una crítica a la aparente imposibilidad de estar solo -que en cierto momento se promovió a través de Mickie y ahora se acentúa con los personajes secundarios Berthie (Claudia O'Doherty) y Randy (Mike Mitchell).
En esta ocasión son 12 capítulos -en la primera fueron 10- que en cuanto se llega a su fin, se ansía ver y conocer más lo que los creadores Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust buscan compartir de ese concepto anhelado. Ese que todos deseamos y hablamos, pero sin pensar que, entre sus virtudes que regalan experiencias, también se aferra, como los protagonistas de esta comedia romántica, a mantenerse ahí.