Hablar de Atrapado sin salida conduce a dos factores. Y quizá los dos de una repaso necesario. El primero es que la obra es una adaptación de la novela One Flew Over the Cuckoo's Nest, de Ken Kesey. Habría que leerla. Y dos, parece exigir un segunda revisión (aunque dura poco más de 120 minutos). Con estos dos elementos, obvio habría más herramientas y tal vez se cambiaría la noción de su discurso. Y cómo hacerlo con un filme que destaca por su cuestionamiento, juego e imaginación.
La película es una obra que acciona la mente y empieza a darle vueltas cuando menos se espera. El argumento va de un hombre llamado R.P. McMurphy (Jack Nicholson), quien entra a un hospital psiquiátrico para ser evaluado y así elude ir a prisión por los casos de agresión que presenta. Pero es un pretexto, porque hay muchas más lecturas que se muestra en la propia convivencia con los pacientes, todos hombres.

Una de ellas es el rebelarse frente a la autoridad. Parece producto de la prepotencia agresiva de R.P. McMurphy, donde deja la posibilidad de que en verdad esté loco. Aquí una de varias señales de que vemos una cosa, cuando en realidad es otra. Porque se muestra con escenas de una belleza conmovedora. El personaje de Nicholson impulsa a los pacientes con enfermedades mentales a que cuando alguien los controla -en este caso las enfermeras-, vayan en contra y jueguen a través de la imaginación, a que dejen de lado las prohibiciones y prueben lo que los haga sentir vivos. Porque ellos no están tan locos como quienes están afuera, en la calle.
Y ellos lo saben. La mayoría de los pacientes puede salir del hospital cuando quiera. Ahí se da un golpe brutal para R.P. McMurphy, pero también para el espectador. Creemos la influencia que han ejercido él, como no comprendemos porqué los pacientes siguen ahí. Entonces se sugiere la idea de que todos estamos locos, pero no porque nos relacionemos con personas que lo están, sino porque el sistema que te domina te hace así. Te hace sentir que no puedes salir de él.
Cuando está la oportunidad para hacerlo,
Atrapado sin salida culmina con una resolución violenta, que no es más que el resultado del agobio hacia el oprimido para hacerlo que estalle. Un conclusión quizá agria e incomprensible, donde los oprimidos logran hacerse a un lado del sistema, pero por encima de uno de sus compañeros.
Sin embargo,
Atrapado sin salida también es una crítica hacia cómo las drogas pueden impedir la lucha contra el dominante. Así suena un poco más esperanzador. Como quiera que sea, si se busca mayor libertad para comprender esta joya cinematográfica, sí habrá que verla una segunda vez o leer la obra original y reclamarle a Ken Kesey, donde quiera que esté.